jueves, 28 de febrero de 2013

No dejen de verla ("Lincoln)



"No dejen de verla" -Ignacio García de Leániz-El Mundo-22-02-13

Me refiero a Lincoln,   y es que  hay determinadas películas que si se ignoran   queda uno como amputado  humana y espiritualmente. Y  esta es una de ellas siendo  un tratado político de altos vuelos que deja muchas cosas en franca evidencia. Y más en estos tiempos crepusculares que preludian un fin de Régimen, como ha pronosticado  Sebastian Schoepp en su reciente columna del Süddeutsche Zeitung dedicada  a nosotros (“Spanien: Diktatur der Korruption”, 24/01/13)  Por eso mismo  no creo que nuestras élites políticas acudan a verla ya que nadie gusta de  reflejarse  como Dorian Gray en el  espejo de su decrepitud.  No en vano Lincoln definió  la genuina  democracia  como "el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente."   Y de eso habla la película.  Señal de más para  que nosotros, frustrados citoyens  -gente irritada en suma-   vayamos a verla. Y es que ya a solo nos queda llevar la contraria para ver si caen de una vez  los muros  de nuestra Jericó política.

Antes de adentrarnos en la obra, un breve inciso: me parece que Lincoln cierra con Argo y La noche más oscura una trilogía política nada casual  realizada por  Hollywood  en 2012,   repleta de simbolismo  geopolítico e histórico.    Así,   los dos últimos títulos   nos anuncian  el  definitivo adiós americano al mundo islámico  y el cierre del  duelo, tremendo,  del 11-S.  La sustitución del petróleo por la nueva fuente de energía que Estados Unidos ya explota en su seno- el gas del esquisto- posibilita  esta desconexión más que  estratégica.  Adiós  y vuelta a casa que queda plasmado en el Jumbo  que despega de Teherán- Argo- y en el abatimiento de Bin Laden con que se  cierra La noche más oscura. Las sombra fordianas de Centauros del desierto y  de El hombre que mató a Liberty Valance están ahí en el trasfondo de ambas. Vivir, decía sabiamente   Azorín, es ver volver.  

 Y  es justo  en este retorno de Estados Unidos  a un  hogar  ya energéticamente autosuficiente,  donde  Lincoln nos indica un  camino a seguir desde la  memoria colectiva americana   para no caer en los peligros del  ensimismamiento ni en  la división interna que ensombrece   hoy como ayer    el futuro estadounidense.  Además de rehabilitar el sentido profundo de la actividad pública en una democracia real.   Porque, y esa es la tesis del film,  la política para  Abraham Lincoln tiene dos quicios fundamentales: la consideración del Otro (en este caso la negritud) y  la Unidad como fundamento del bien común (en este caso la Unión frente a la Confederación). Tal  es el “New Deal” que  el decimosexto presidente   ofrece  a la joven  democracia americana en los  años de la Guerra de Secesión,  separada de Norte a Sur y del  Partido Republicano al Demócrata por la esclavitud.  

 El poder político tiene, pues,  por decirlo en términos de Aristóteles  un fin que lo trasciende.  Y un fin que es de naturaleza ética: el “bien común”, cuya noción hace mucho que hemos perdido en nuestro país.  Ética y política están, así  profundamente entreveradas.  En este sentido, sólo en éste que no es poco, la película es como su protagonista profundamente aristotélica.

Por eso el espectador asiste a una sucesión de problemas morales formidables a los que Lincoln ha de enfrentarse en el ejercicio de su  poder  presidencial acrecentado por las prerrogativas del  estado de guerra.  Y enfrentarse a tales tesituras  es ya de entrada aceptar el hecho moral. No piense el lector que  el problema sea solo  el de la esclavitud.  También los medios para que prospere la Decimotercera Enmienda.  Sin olvidar la conveniencia moral (o no)  de retrasar  la rendición sudista.   O el problema apenas insinuado de cómo tratar  la locura de su mujer y la desdicha matrimonial. O aquel otro de enviar a su hijo primogénito  al frente.  O si indultar  de la horca a un joven desertor de dieciséis años. Por no mentar la aparente  minucia de que el mantenimiento de una desvencijada Casa Blanca sufra la  inquisición presupuestaria de la Cámara de Representantes.  Quién lo diría hoy a la vista de  nuestras contabilidades.

Gobernar no es para Lincoln, a diferencia de nuestra gobernanza, una gestión de placeres. Ni mucho menos. Más bien lo contrario: es ir de incomodad a incomodidad moral, precisamente porque uno pretende fines moralmente relevantes.  Gobernar es, como le parecía a Carlos V, desazonarse. Frente al principio del placer  tan extendido entre nosotros,  vemos en la pantalla una ascética personal contraria a la erótica general  imperante. Pero ese esfuerzo virtuoso  de la voluntad política resulta profundamente agotador.  . Hacia el final de la película, el general Grant espeta a su Presidente: “En un año veo que ha envejecido como diez ¨. Y éste asiente  con voz premonitoria: “Siento ya  mucha fatiga en mis huesos”.   Adviértase para entender algunas  cosas nuestras que mientas   Lincoln ejercía un  liderazgo tal,  teníamos nosotros  a este lado del Atlántico a una figura como Isabel II.  

 Pero si  Lincoln resulta aristotélica en sus fines,   al mismo tiempo encarna  la Modernidad  en tanto que  la acción  política  es incoadora de  nuevos universos. Para nuestro estadista gobernar es  a su vez transformar y por lo  tanto el gobernante un fabricator mundi  generador de escenarios  nuevos como  lo es  aquella  América abolicionista en la que ya es posible un convivere civile antes impensable.   De esta manera Lincoln se adelanta  a la  profunda intuición del personaje  de  Robert Musil, muy siglo XX: “"Si existe el sentido de la realidad, debe existir también el sentido de la posibilidad.” Y habrá entonces  que conceder   en la política tanta importancia a  lo que es como a lo que no es, pero puede llegar a ser.  Y aquí entra en juego la facultad kantiana de la imaginación, de la que la película es perfecto ejemplo.    De ahí que podamos describir como “clasicismo ilustrado” la síntesis genial de la persona y  obra de nuestro protagonista.    

Un último apunte. Hay países que tienen vocación por lo más noble que  se ha  dado en  ellos.  Son, como la patria  de Lincoln, países que aspiran a la luz en medio de sus contradicciones  Y otros, el nuestro a la cabeza,  que  mantienen  una extraña querencia  por lo más sórdido e incivil de sus aconteceres  como si fueran   solo tierras de penumbra,  que no  lo son. Y de ahí proviene  tal vez  la  extraña melancolía que en España nos produce esta película: haber tenido personajes históricos de la benevolencia del estadista americano pero  que   yacen  en el sepulcro del silencio resentido.  Así nos va


 He now belongs to the ages”:Ya pertenece a la eternidad”. Con estas   palabras  el Secretario de Guerra Statson  certificó  la  muerte  del Presidente al amanecer  del 15 de abril de 1865. Ello supone  que  nosotros, hombres postreros de otro tiempo y lugar, podemos apropiarnos sin cargo alguno  de su enorme  figura No creo que sea  mal patronazgo   para   propiciar entre  nosotros   “el gobierno de la gente, por la gente, y para la gente."   Nótese que hablaba de gente, no de gentuza. Y para emprender  un   proyecto  así de  sugestivo como perentorio, un  consejo:   no dejen de verla.